15.11.07

Bowie, llamando a control de tierra


Parte de la música actual suena muy antigua. Al mismo tiempo, parte de la música que se grabó hace veinte, treinta e, incluso, cuarenta años suena todavía futurista. Algunos artistas nunca se conforman con imitar el pasado; su deseo es crear lo impensable, su misión es articular esos pensamientos y fantasías que permanecían ocultos o confusos.
Es justo lo que distanció a David Bowie en los 70, y es esa sensación de búsqueda sin fin lo que hace que sus discos de entonces se puedan considerar definitorios de una época, ya sea la megalomanía sobrenatural de Diamond Dogs, o el todavía turbador Low. Ahora, más de treinta años desde su publicación, The Rise And Fall Of Ziggy Stardust... es ya un clásico por derecho propio y una de las mayores influencias en la vida de mucha gente.
Así que bienvenido sea su homenaje por partida doble: el pasado mes de julio se editó una edición especial conmemorativa del aniversario, con un segundo disco añadido de canciones de aquella etapa, y ahora ve la luz la banda sonora de la película Ziggy Stardust And The Spiders From Mars, cinta que casi no tuvo distribución en su día. En ella se recoge el concierto de despedida de aquella gira, celebrado el 3 de julio de 1973 en el Hammersmith Odeon de Londres, después de más de un año de gira, y en el que Bowie se despidió para siempre de los escenarios -por suerte, no fue así- y del personaje que había creado.
Con el personaje de Ziggy Stardust, Bowie anhelaba para sí mismo un futuro de superestrella. El disco del mismo título fue compuesto por un Bowie aspirante a estrella del rock disfrazado de una de esas estrellas de éxito masivo. Esa hábil mentira lo ha convertido en el primer disco de rock pos-moderno. Sus canciones hablan de distintas facetas de la historia del rock y, al mismo tiempo, cantan a un futuro de intervencionismo extraterrestre y seres andróginos en una era espacial. Lo real y lo imaginario llegarían a fundirse para conducir a Bowie a algo parecido a un suicidio artístico entre 1974 y 1976, tal y como aventuraba su canción “Rock’N’Roll Suicide”, una profecía que casi se cumple y que fue esquivada por muy poco.
La difícil relación entre autenticidad y artificio ha sido uno de los temas constantes en la música de David Bowie. Para Ziggy Stardust, Bowie utilizó la experiencia del encuentro con uno de sus ídolos, Lou Reed, en los camerinos después de un concierto en 1970 de The Velvet Underground. Estuvo conversando con él durante media hora sobre una de sus canciones, “Waiting For The Man”, y, cuando lo comentó con un amigo, éste le descubrió que, en realidad, con quien había hablado era Doug Yule, el sustituto de Lou Reed en The Velvet Underground, al que se parecía bastante. Sorprendido, Bowie empezó a calibrar el significado de su error.
El segundo modelo del que tomó la inspiración para el personaje de Ziggy Stardust fue Vince Taylor, también llamado el “Elvis francés”. Este americano, expatriado en Francia, perdió los papeles un buen día por culpa de las drogas, despidiendo a su banda en el escenario y gritando que él era “el Mesías” que traía la palabra de Dios. Aquella imagen de Taylor suicidándose artísticamente ante su audiencia le dio a Bowie la referencia que le faltaba para componer canciones sobre la arquetípica estrella del rock condenada por un estrellato que se ha vuelto demasiado grande para un simple mortal.
Su descubrimiento de que el falso, el artificial, podía ser más verdadero que el original, el auténtico, fue lo que dio alas al mito de Ziggy Stardust. Así que sus diversas encarnaciones como David Bowie, Ziggy Stardust, Aladdin Sane o Thin White Duke fueron vendiéndonos sucesivamente sueños de fraudes pop en los que nunca se podía estar seguro de si eran reales o nada más que una deliberada falsificación, diseñada para epatar y desorientar. Después de años de estrellas de rock a la moda cantando sobre su honradez y sus sentimientos auténticos, la postura de Bowie en 1972 fue profundamente liberadora.
El disco de 1972 y la gira que le siguió muestran a un alienígena andrógino que se adapta a la vida en la tierra, convirtiéndose en un artista rock de éxito que acaba por derrumbarse bajo las tentaciones y las indulgencias del estilo de vida del rock’n’roll. La película de aquel concierto final de 1973, rodada entonces por D. A. Pennebaker, muestra todo ese proceso sobre el escenario. Llegó a estrenarse en algún festival y estuvo perdida hasta 1982, momento en el que se recuperó para una edición en video.
Ahora se edita el sonido de aquel concierto en un compacto remasterizado, pero sin retoques a lo que fue la grabación. Así se muestra, para la posteridad, y sin adulterar, el momento definitivo del glam de los 70. Además de las canciones del disco Ziggy Stardust, Bowie recuperó en aquellas actuaciones algunas de sus primeras canciones que coincidían con el planteamiento conceptual del espectáculo, entre las que estaban, cómo no, “Space Odditty” y “Wild Eyed Boy From Freecloud”.
Ziggy Stardust permitió que una generación viviera el sueño de la celebridad rock. Sin Ziggy Stardust y los primeros discos de Bowie en los 70 probablemente no hubiera existido nunca el punk, los nuevos románticos, el britpop, o Marilyn Manson o, cuando menos, hubieran sido muy distintos. De hecho, sin aquel disco gran parte de la música pop hubiera sido impensable, inimaginable. Lo que Ziggy Stardust ofrecía era la fantasía de formar parte de un grupo de rock; ése era el sitio en el que estar, ése era el planeta, ése era el otro lugar. Bowie dijo en una ocasión que el siglo XXI empezó en 1972. Puede que no anduviera muy descaminado.

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