La envidia definida como la tristeza ante el bien ajeno, ese no poder soportar que al otro le vaya bien, ambicionar sus goces y posesiones, es también desear que el otro no disfrute de lo que tiene.
¿Qué es lo que anhela el envidioso? En el fondo, no hace más que contemplar el bien como algo inalcanzable. Las cosas son valiosas cuando están en manos de otro. El deseo de despojar, de que el otro no posea lo que tiene está en la raíz del pecado de la envidia. Es un pecado profundamente insolidario que también tortura y maltrata al propio pecador. Podemos aventurar que el envidioso es más desdichado que malo.
El envidioso siembra la idea ante quienes quieran escucharlo de que el otro no merece sus bienes. De esta actitud se desprenden la mentira, la traición, la intriga y el oportunismo.
La envidia es muy curiosa, porque tiene una larga y virtuosa tradición, lo que parecería contradictorio con su calificación de pecado. Es la virtud democrática por excelencia. La gente por ella tiende a mantener la igualdad. Produce situaciones para evitar que uno tenga más derechos que otro. Al ver un señor que ha nacido para mandar dices, “¿por qué estás tú allí y no yo? ¿Qué tienes que yo no tenga?” Entonces la envidia es en cierta medida origen de la propia democracia, y sirve para vigilar el correcto desempeño del sistema. Donde hay envidia democrática el poderoso no puede hacer lo que quiera. Si hay quienes no pagan impuestos, comienza la reacción de aquellos que envidian esa situación y exigen que los privilegiados también paguen. Sin la envidia es muy difícil que la democracia funcione. Hay un importante componente de envidia vigilante que mantiene la igualdad y el funcionamiento democrático.
En la tradición cristiana es definida como “desagrado, pesar, tristeza, que se concibe en el ánimo, del bien ajeno, en cuanto este se mira como perjudicial a nuestros intereses o a nuestra gloria”.
Este pecado propicia la sensación de que uno podría tener todo lo bueno de los otros. Si tú le envidias la mujer al otro, deberías aceptar todo lo que el otro es, quiere, piensa y siente, y por lo tanto dejar de lado todas las cosas que tú quieres, piensas, sientes . Tendrías que convertirte en el otro, algo que nadie está dispuesto a hacer. Porque todo el mundo quiere ser; tener las ventajas del otro, pero a partir de la propia concepción de uno. Nadie está dispuesto a decir: “Bórrenme a mí, y escriban al otro, porque yo lo que quiero es ser yo, con lo del otro.” El que envidia estaría en el mejor de los mundos si pudiera lograr una disociación con el otro: quitarle para sí toda la parte que no le gusta y quedarse sólo con lo que le gusta, sin tener en cuenta que todos los bienes y beneficios tienen un costo en la vida.
La envidia por lo bello está vinculada con el concepto de belleza que ha manejado el hombre a lo largo de la historia. Las esculturas y grabados prehistóricos nos muestran figuras femeninas voluminosas, incluso deformes, que reflejan el interés por la fertilidad. Los cánones de belleza griegos no toleraban ni la grasa ni los senos voluminosos. Era necesario cultivar el cuerpo para conseguir la perfección estética que consistía en, además de tener senos pequeños y fuertes, poseer un cuello fino y esbelto y los hombros proporcionados. Los griegos difundieron por Europa gran cantidad de productos de belleza, de fórmulas de cosmética, así como el culto al cuerpo y los baños; en resumen, el concepto de la estética. Actualmente, a la eterna necesidad de belleza en el mundo femenino se han unido la ciencia y un nuevo sistema de vida en el que es imposible separar la actividad diaria del aspecto personal.
El filósofo francés Denis Diderot decía que en las desgracias de nuestros amigos siempre hay un punto de contento. Lo que no quiere decir que no corras a ayudar a tu amigo, prestarle dinero, llevarlo al médico. Pero a veces un mal trago ajeno despierta la frase: “Hombre...mejor él y no yo”. Esto nos hace considerar que existe una especie de relación entre los males y los bienes que vienen en un número determinado. Si yo deseo y no tengo un automóvil de colección es porque lo posee otro. Llegamos a considerar que no hay otro coche más que “ese” para tener. Lo mismo ocurre con el mal, si al “otro” le ocurre algo, de alguna manera yo me he librado de “ese” problema.
Hay gente que no tiene dinero para comer bien en la semana, pero conserva sus mejores trajes y un gran automóvil, porque esos son los elementos que despertarán envidia en los demás. No se busca tener lujos auténticos, sino solamente estar en el escaparate para ser admirado. Este sentimiento también produce temores en los envidiados, cuando llegan a pensar que aquellos que lo envidian le quieren hacer un daño o quitarle algo. La propia naturaleza de la expresión in-video, significa literalmente “el que no te puede ver”. El bienestar del otro es un detonante. Cuando uno es un poco malicioso y quiere ver sufrir a sus enemigos, disfruta con la envidia.
Envidiar lo que no existeLos medios de comunicación en la actualidad tienen mucho que ver con la motorización de la envidia. No hay programa de televisión o revista de actualidad donde no se nos enrostre la felicidad de una pareja mediática, las vacaciones caribeñas de incipientes modelos o el nuevo piso de la estrella de turno.
En esta sociedad lo primero que hay que lograr es crearse la fama de que eres algo, sin necesariamente serlo. La creencia de los demás de que el otro es exitoso es lo que fomenta una cadena de errores, y de envidias añadidas. Un amigo que tenía un éxito apabullante con las mujeres, siempre me decía: “Lo importante es que crean que eres irresistible. Entonces se acercan a ti para saber ‘qué tiene este tipo’”.
Muchas veces se envidian situaciones idílicas sobre las que no se tiene suficiente información. Montaigne, destacaba la envidiable sencillez natural de la convivencia de los pueblos considerados salvajes por los europeos de la época, quienes carecían de la intoxicación que las leyes civilizadas obligaban. Doscientos años después, Rousseau, Diderot, Giambattista Vico y Sade fortalecerían estas teorías, basadas en la envidia al buen salvaje. Sostuvieron el mito de la convivencia basada en la tolerancia y en la paz, sensualmente rica, pero sin impudicia, abundante en bienes comunes que eran de todos, pero al mismo tiempo de nadie. Pero las envidias suelen ser disímiles y tienen que ver con los deseos de cada uno. Frente a esta corriente de envidiosos de una forma de vida se alzó el urbano y progresista Voltaire, cuando le dijo a Rousseau: “No me hará usted andar en cuatro patas a mis años, ni me convencerá de las alegrías sin disturbio de la selva. No me gusta comer bayas silvestres y me aburren los monos. La felicidad es una buena cena, compañía, conversación agradable, una hermosa función de teatro: la noche de París”.
“El tema de la envidia es muy español. Los españoles siempre están pensando en la envidia. Para decir que algo es bueno dicen: ‘es envidiable’”, afirmaba Jorge Luis Borges.
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