Alejandro en tierras de los persas. Asegurada su posición en Grecia, se lanza en el 334 aC a la conquista de los enemigos tradicionales de los griegos, un imperio que por aquellas épocas ya había olvidado las grandezas de sus antecesores y estaba ya en franco declive.Esta batalla es paradigmática de la filosofía militar de Alejandro Magno: Cada batalla se entendía como una apuesta a todo o a nada.
Llegadas sus tropas al río Gránico, se encuentra al otro lado con los soldados enemigos. En contra del consejo de sus propios generales, que le recomendaban prudencia, por lo profundo del río y por lo avanzado del día, Alejandro sujeta firme las riendas de su caballo, prende el escudo y la espada, y se lanza como un auténtico poseso a luchar contra las columnas persas. Sus soldados, incapaces de dejar sólo a su Rey, le siguen detrás, dispuestos a no dejar títere con cabeza. El cruce del río es desordenado y caótico. Sin embargo los persas no pueden creer lo que están viendo: ¡El propio rey macedonio se lanza a la carga, seguido a distancia de sus compañeros de armas más cercanos!!Lo que los persas no podían esperar es que Alejandro, partiendo desde uno de los flancos de su tropa, fuera a remontar el río hasta plantarse con su caballo justo frente al centro de las columnas persas, en su clásica formación de ataque de caballería en cuña.
Los generales persas Mitrídates, Espitídatres y Roesaces cómodamente instalados en el centro de su frente, teóricamente bien protegidos a flanco y flanco por miles de soldados, ven de repente como caen sobre ellos una auténtica jauría de jinetes macedonios sedientos de sangre y ansiosos de victoria.
El desenlace es por todos conocido: La batalla que sigue es un primer zarpazo del león macedonio a las ovejillas persas, las cuales, antes de darse cuenta han perdido ya a 20.000 soldados y tiene al enemigo en casa.
Por cierto, según las crónicas, las pérdidas macedonias no llegaron a los 100 hombres.
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