21.6.07

empatía

Algunas veces he tenido que pelearme con alguien, siempre en defensa propia ante provocaciones o agresiones tanto físicas como verbales. Me acordaré siempre de como ante una agresión verbal (cuando tenía once años) en la que un grupo de niños mentaba a mi madre relacionándola con el oficio más antiguo del mundo no dudé en repartir estopa, a pesar de que estaba en inferioridad numérica y que el que acabó perdiendo fuí yo. Perdí debido principalmente a que uno de los cuatro impetuosos deslenguados acabó en el hospital con la nariz rota, lo que provocó mi expulsión del centro docente en el que me encontraba estudiando y la severa reprimenda de mi madre, avergonzada por la macarrería de su hijo que se había enfrentado a cuatro niños por defender su nombre. Ella parecía no comprender mis razones y yo parecía no entenderla a ella hasta el día que me volví a encontrar con el chico al que le había roto la nariz. Me lo encontré por la calle y al observar su cara amoratada comprendí que mi madre tenía razón, las razonos que tan gallardamente había esgrimido frente a ella me duraron tres segundos, los que tardé en comprobar el daño que puede hacer una mano poco amable.
Me he vuelto a pelear varias veces en mi vida y todas con idéntico resultado, tras el frenesí y la satisfacción inicial me invade una empatía enfermiza que transforma mi alegría en tristeza y que consigue desvirtuar lo que para un niño es su mayor triunfo, la reivindicación territorial, el sentimiento de fuerza.
La compasión, una palabra anticuada, cobró fuerza. Comencé a sentir con los otros, a comprender el sufrimiento sin aprobar o compartir las causas de éste. Me duelen los gritos, los insultos, la doble moral, la agresividad. Entiendo el dolor, en ocasiones inevitable, pero no que se pueda aplicar a conciencia y con un fin.En el caso de la violencia extrema y de quienes la justifican, esa empatía benéfica se ha interrumpido. Nadie se la enseñó. Funcionan con un código moral primario, ya descartado por la mayoría social, que justifica la fuerza; un pacto injusto, impositivo. No pueden compartir espacio con otras ideologías, que aplastan y niegan. La evolución humana nos impide responder con sus mismos modos. Pero ni la indignación, ni el dolor sufrido parecen servir para nada. Por desgracia, parece que no sepamos inventar fórmulas nuevas que nos ofrezcan una solución a esos casos.

Evidentemente siento empatía y rehuyo la confrontación, pero siempre he tenido claro que mi catolicismo es bastante laxo y por tnato si no te respetan no tienes porqué respetar a nadie, de modo que si me abofetean tengo muy claro que procuraré no devolver la agresión, pero que nadie espere que ponga la otra mejilla.

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